viernes, 27 de abril de 2007

MESMERISMO




« L’homme est naturellement observateur ».

Así comienza uno de los tratados más apasionantes de la medicina « alternativa », cuyo autor es el médico austriaco Franz Anton Mesmer, nacido un 23 de mayo de 1734 en Viena y desaparecido en 1815 tras una larga y apasionante andadura por el París prerrevolucionario. Me ha llamado la atención que el profesor Mesmer y yo tengamos en común no sólo el gusto por la magnetoterapia sino también el día del nacimiento. Debe ser que los días primaverales, geminales y germinales del mes de mayo son más propicios a la coincidencia. Esta observación que hubiera sido en opinión del mismísmo Mesmer una aptitud naturalmente humana, tiene hoy para mí otras explicaciones. Es evidente que en tiempos de Mesmer todas las aptitudes del hombre eran naturales mientras que actualmente sería difícil asociar la naturaleza al gesto, la observación e incluso el pensamiento.

En realidad, este tema me suscitó un fuerte interés tras la lectura del cuento del señor Valdemar de Edgar Allan Poe The Facts in the Case of M. Valdemar (1845) y más recientemente el descubrimiento del cuento de Hoffmann Der Magnetiseur (1813). En ambos cuentos hay un elemento común : el mesmerismo. Hablar del mesmerismo como teoría sería repetir en parte lo que muchos científicos han estudiado en profundidad. Por convención colectiva, en sindicatos de curiosos, científicos y académicos, se ha acordado en llamar así la doctrina del «magnetismo animal». Esta expresión, ya utilizada por el mismo Mesmer, se refería a un procedimiento etéreo y terapéutico, algo así como una curación sin agujas ni anestesia. En las obras de Poe y Hoffmann se trata el mesmerismo como un proceso de hipnosis a ciertos pacientes in articulo mortis. Los rituales de Mesmer, que en su momento fueron tachados de esotéricos, están bien retratados en los personajes misteriosos, hiperestésicos y casi fantasmales que desfilan en las páginas de ambos autores. En estos rituales, los más atrevidos se sentaban formando un círculo, y cogidos de la mano, dejaban pasar los efectos magnéticos de unas barras metálicas situadas en los extremos. En realidad estas barras estaban sometidas a la electrólisis, de manera que transmitían a los cuerpos una suave sensación eléctrica. Hay que decir que es meritorio que Mesmer haya podido jugar así con el poder iónico mucho antes de que el inglés Faraday inventara el concepto de electrólisis en 1820. Para los que quieran dar rienda suelta a su imaginación, les aconsejo la obra maestra de nuestro físico austriaco, titulada Mémoire sus la découverte du magnétisme animal (1779) que se encuentra digitalizada en la Biblioteca Nacional de Francia.

Pero lo que realmente me preocupa es saber cómo la Europa colonial, materialista y escéptica de finales del siglo XVIII pudo inspirar a médicos y literatos. Muchos críticos consideran que estas prácticas son muy cercanas al « prana » hindú que significa energía vital. Igualmente los misticos occidentales, según las enseñanzas paulinas llaman a esta energía vital con la palabra latina anima. Nuestra ciencia infalible y amante de nombres propios, prefiere hablar de magnetoterapia. Y es que este término tiene de contemporáneo sólo el nombre. En la obra del ruso Kartsev Tres milenios del imán (1a ed. 1974) de nos da a conocer el origen y desarrollo de esta teoría . A partir de este trabajo, no han dejado de surgir estudios sobre el « magnetismo animal ». Se dice que ya Tales de Mileto advirtió la existencia del magnetismo mientras limpiaba el huso de su hija al que se le adherían los hilillos de polvo. El médico y alquimista Paracelso (1493-1541) llegó a decir que todos los seres vivos están influidos por el poder magnético de los astros y estaba convencido de la existencia de un « magnetismo universal », un argumento que a ciencia cierta fue sacando de sus lecturas humanistas : el de coelo de Aristóteles, de rerum natura de Lucrecio (s.I a.C.), Ptolomeo (s. II d.C.) o el de scientia stellarum de Al-Battani (s. IX). Incluso se ha llegado a escribir que en los paseos interminables de frailes cistercienses en los claustros de sus conventos se generaba una percepción magnética superior a la de otros lugares. Muchos de estos claustros, especialmente en Francia, reutilizaron restos de menhires para su contrucción ya que se creía que por su gran contenido en metales, se evocaba más directamente el poder de la salvación natural. Pero fue el astrónomo vienés, Maximilian Hell (1720-1792), quien recuperó el argumento de Paracelso, por lo que es muy probable que Mesmer no fuera el único que creía en los poderes del magnetismo cuando introdujo su teoría en la Universidad de Viena en 1766.

La curación a base de piedras invadió la ciencia europea del XIX. La presencia de los menhires empezó a pesar en las conversaciones de los académicos. La bibliografía sobre este tema ocuparía cientos de páginas. Algunos de los más conocidos son el tratado del padre Faria, fraile portugués afincado en India, quien en 1819 publicó De la cause du sommeil lucide ou étude sur la nature de l’homme. Igualmente en Francia, Jacques-Franfois-Alexandre Bertrand publicó en 1823 el Traité du sonambulisme. La misma Europa que observaba « naturalmente » los pueblos colonizados como bárbaros por sus prácticas curativas, no desdeñó la posibilidad de dejar de lado el bisturí y pasarse a la mística del imán. Poco antes de este estallido de espiritismo quirúrgico, la comisión francesa internacional de 1784 decidió examinar estas prácticas. Fue el físico Benjamin Franklin, también llamado Tierry de Montbrial, quien dirigió tal comisión por orden del gobierno francés. Nombrado miembro de la Real Academia de Ciencias y la Real Academia de Medicina francesas no dudó finalmente, en dictar su veredicto de condena del mesmerismo. No parece que la condena hubiera llegado muy lejos ya que la sociedad teosófica americana fundada en EEUU en 1875 por el coronel Henry Steel Olcott se interesaba abiertamente por el espiritualismo y el mesmerismo.

En cambio, de la etapa magnética a la espiritista el camino no ha sido muy largo. Actualmente, universidades y centros de reconocido prestigio ofrecen cursos de formación sobre la curación magnética. En módulos adaptados a un público inquieto, programas de « educación alternativa » se adentran en el apasionante mundo de la parapsicología gracias al estudio del mesmerismo. No es de extrañar que sea en Argentina, especialmente en el centro cultural Kier, donde propongan cursos tan « atractivos ». La cercanía al polo debe justificar esta atracción por la ciencia de los imanes. Tampoco faltan los manuales de autosuperación que tanto abundan en el mercado de los libros, es decir, en los supermercados. Aquí los imanes son tan importantes como el Génesis para un calvinista. No podemos negar que estamos viviendo en la era de la Magnetoterapia o radiestesia, que es la facultad de percibir las radiaciones electromagnéticas . Ya no sólo nos hemos olvidado del legado de Mesmer que era apartar el dolor de la muerte. Ahora pretendemos que las radiaciones nos den una pista sobre la existencia de un pueblo marciano o plutónico o m(a)tafísico, que al fin y al cabo significa más allá de lo físico. Como diría Mesmer, la consideración de los hombres que yacen en su propio sufrimiento y su desgracia, a causa de no poseer los medios conocidos, inspira el deseo e incluso la esperanza de reconocer la existencia de otros más útiles.

miércoles, 25 de abril de 2007

Bienvenidos

Comenzaremos a publicar en breve...