jueves, 28 de junio de 2007

Plantas Venenosas

« Lo que para unos es un alimento, para otros puede ser un veneno »Lucrecio.

Dicen que en los confines del miedo crece una planta venenosa que los botánicos han llamado Papaver somniferum o adormidera. El poeta Columela asociaba esta planta con la muerte porque finalmente viene a ser lo mismo soñar que morir ; sólo el miedo despierta al hombre de su eterna somnolencia : « la adormidera que ata los sueños fugaces ».

En la Antigüedad esta planta es conocida por sus efectos analgésicos, Galeno e Hipócrates la usaron como « esponja soporífera ». Plinio el viejo habla de ella en su Historia naturalis (s. I) y Teofrasto (c. 371-286 a C.) también la menciona en su De Historia Plantarum, quizá uno de los primeros tratados de botánica ; aunque no por el alarde pseudo-cientifico al que aspiran estas obras, dejaremos de leer entre los antiguos, que esta planta sirve para expulsar a los demonios.

Al-andalus también dejó su huella. Avempace publicó un tratado en el siglo XI conocido como Discurso acerca de algunos libros sobre las plantas, que sirvió de base a Alejandro Magno para la redacción de su De vegatalibus (ca. 1250). Cuando el Cristianismo llega a la Historia del hombre y viceversa, se descubre una nueva forma de clasificar las plantas. En la Edad Media, las exégesis bíblicas vinculadas a la tradición judaica debatían sobre el significado de las palabras para entender la funcionalidad de las cosas, lo que se aplicó sistemáticamente a la botánica. Las plantas ya no forman parte exclusivamente de la naturaleza sino que germinan en el ser pecaminoso del hombre. Con esta premisa, fue fácil asociar la primera farmacopea a la brujería. Entre los cristianos, esta nueva ciencia espiritual que es la botánica rebosa de imaginación y creatividad mucho más que de rigor y empirismo. Buscando precisamente otros criterios, el Renacimiento hizo algunos intentos. Véanse los trabajos de Otto Brunfels Herbarium vivae Eicones (1530-1536) y de Andrea Cesalpino (1519-1603), De plantis libri XVI (1583).

Hasta bien entrado el siglo XVIII, la « botánica cristiana », encomendada a una razón sin ramas ni cortezas, pretende pues establecer categorías universales de vida vegetativa. El ejemplo más sobresaliente es el análisis que los biblistas hicieron de las flores para realzar las virtudes de Cristo. Él es el lirio, el jazmín, el rosal y el espino, todas plantas de interior. Por eso las espinas son para los pechos cristianos como las coronas para Cristo, una prueba de humanidad, la superación del miedo por la fe. Los teólogos del siglo XVII coincidían en que el nombre de Cristo « Nazareno » significaba en hebreo flor y corona (Net ser, Nazer). El exotismo de la vegetación narrado por los sabios de la Antigüedad se limitaba aquí a una observación interior de las virtudes, ejemplarizadas todas en plantas de maceta. Sólo en el caso en que se describe el mal, los discursos se llenan de arbustos, malezas, rastrojos, cardos y demás vegetación salvaje.

Con Celestino Mutis en España aparecen los primeros tratados de clara tendencia ya cientifista. Asistimos a esa nueva asociación entre ciertas plantas y la dimensión onírica del hombre. En 1763, el rey de España envía a Celestino Mutis a una expedición botánica a Cartagena y allí el científico escribe en su Diario las excelencias de la adormidera, (Mimosa species ut supra). Esta planta aparece como remedio para los dolores del parto, en el que todas las mujeres se rinden al sueño. El valenciano Cavanilles, por su parte, la clasificó como variedad de jardín.

¿Cómo explicar que las plantas que nos conducen al sueño o nos abandonan para siempre en él, nos son hoy día aún más misteriosas ?. Ya una simple espina no anuncia la muerte ni el narciso el sueño de quien ha sido y se ve, sin embargo, algunas lecturas más que otras nos invitarían sin duda a echar raíces en este misterio triste en el que nos hemos hundido sin remedio.